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12 febrero 2021

EXPEDICIÓN DE CAMPO EN CURARAY

Era el último día de campo de una serie de expediciones a lo largo de la cuenca del Curaray, donde buscábamos documentar la diversidad de sus peces. Salimos en lancha tempranito en la madrugada de la comunidad Kichwa Ninamarum, con la intención de llegar primeros a la pista de avionetas de Lorocachi. Desde allí sale apenas una avioneta a la semana con destino a Shell Mera y, para tener un espacio en el vuelo, se compra el boleto al momento que se llega a la pista. Si la pequeña avioneta se llena antes de que llegues, no importa si vienes de lejos o si eres muy persuasivo, porque nada va a impedir que te quedes una semana entera esperando al próximo vuelo.

La avioneta que nos tenía que llevar no llegó a la hora que debía. Sin alguien que nos informe la razón, lo único que quedaba era esperar hasta tener noticias. Pasaron algunas horas y cada uno de nosotros, vistiendo la última parada de ropa que nos quedaba ya que el resto del equipaje se mandó en lanchas de vuelta a Arajuno, empezaba a cuestionarse si la avioneta iba a aparecer. Ya nos habían mencionado que, en ocasiones, el mal clima impedía que salgan de la otra pista y, en efecto, nuestra avioneta nunca salió del aeropuerto de Shell.

Nos tocó “jalar dedo” en una avioneta que cargaba víveres para las escuelitas de la zona. Viajamos sentados como bultos en el piso de la avioneta, pero super contentos, hasta una pista en el río Villano. Ahí, se suponía, íbamos a cargar gasolina y partir para Mera, que estaba a menos de media hora de distancia en avioneta.

Las nubes se empezaron a poner negras y los pilotos nos dijeron que teníamos que salir con urgencia o nos iba a coger la tormenta y nos quedaríamos atascados ahí. Nos subimos, arrancamos y se escuchó un Crrrack super fuerte. Se había zafado un freno. El piloto tuvo que hacer un movimiento bruzco de zig zag para frenar la avioneta y nosotros, al borde del desmayo, tuvimos que bajarnos, descargar el equipo y buscar una forma de regresar en bus.

Esperamos una hora más a que llegue el último bus que iba para Mera. El viaje que debió ser de 30 min se transformó en 2, 3 o 5 horas en bus, no recuerdo bien cuánto, porque se sintieron como 10.

Dentro de toda la mala suerte, en realidad tuvimos la mejor de las suertes ese día.

La logística de los viajes científicos a sitios remotos es compleja y, muy amenudo, llena de imprevistos. Con más gustos que disgustos acabamos la larga jornada que, hasta la fecha ha sido el mejor tiempo en campo que he tenido. Todo; la comida, la gente, el paisaje, los monstruos de río, los niños, los viajes eternos, el sol y las sanguijuelas, son lo que hace del trabajo de campo más que un proceso científico, toda una odisea.

Por: Karla Barragán Figueroa
Créditos de fotos: Karla Barragán Figueroa